2012


domingo, 27 de octubre de 2013

Ahora me toca huir a mi.

Para algunos es muy poco, aunque a mí se me hicieron exageradamente largos esos cuatro días en que estuve al borde del precipicio interior; un jodido y tortuoso tormento que no me dejaba ni dormir. 
Pero salí. Adrede saqué la cabeza del agua justo a tiempo. Me acordé y aferré a ese viejo principio hedonista de ser feliz aun en la peor de las tristezas. Necesite ayuda, eso si, mucha música y un poco de farmacia para volver a componer canciones y escribir sobre cualquier papel que tuviera a mano. De a poco intentar subir bien alto y llegar a ese lugar donde nada nos puede hacer mal.

Así andaba, un poco distraído, pensando en gris o en volver a ser un viajero que se sube al tren de la vida y huye para adelante. Pero la bomba atómica explotó: vos de frente en la peatonal; el cóctel era realmente nuclear: flequillo, chaquetilla y manitos pintadas de naranja. ¿Quién se banca semejante poema? 

Ya  te lo dije hace mucho, la única dictadura que nunca acaba es la de la belleza, tu belleza. Imposible para mí.

Entonces me olvido de lo anterior (una mentira o un oasis, da igual) y sólo quiero volver a abrazarte, acariciarte; aunque sea una sola vez mas.

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