En mi selecto y cerrado círculo de
amigos, está Inés. Lo afirmo con entusiasmo: su presencia es un lujo en las
horripilantes mañanas/madrugadas del Juzgado. Es que, en un mundo viciado de
consumismo estéril y abuso de tecnología que olvida los detalles por mirar fijamente
una pantalla, toparme con “la chiquita del rock” es un oasis de sensibilidad y
esperanzas.
A sus diez años, no usa celular y conoce
en profundidad la vida y obra de Frida Kalho. Cuando viaja insiste a sus
progenitores en ser llevada a museos para contemplar con ojo meticuloso
pinturas clásicas y obras de arte en general. Y como si fuera poco, distingue a
simple vista los cuadros cubistas de los postimpresionistas en la evolución
pictórica de Diego Rivera. Esas cualidades la sitúan de un solo plumazo en el
podio de las personas más interesantes que uno pueda encontrarse en la sociedad
actual.
También se adelantó veinte años a
enterarse que los diarios mienten y nunca comenta (porque no los ve) la
estúpida agenda mediática impuesta por la televisión. En sus mañanas no pierde
tiempo leyendo los portales (diarios digitales) sino que invierte sus desayunos
coloreando a Snoopy. Inundar de colores una hoja o lienzo, es un fúsil y
declaración de principios en tiempos grises y apáticos.
Cuando pienso que todo está perdido,
me acuerdo que el futuro también traerá su madurez artística. Y ese lujo (de
ver cómo se convierte en la genia que estamos esperando) ya es mucho.