2012


lunes, 15 de junio de 2015

Maneras de Vivir


Después de mucho rock, me voy a permitir ejercer la nostalgia.

Terminaba de leer por segunda vez la novela de mi amigo Lucas C. y los efectos fueron símiles: lágrimas sobre la tinta y un desierto en la boca por las noticias negras que llegan de ADEF. Pensé tímidamente en esmerarme y escribir una crítica para que salga en alguna de las revistas que frecuentábamos, pero deserté: ¿quién carajo soy para pedirte indirectamente que te mejores? ¿con qué cara de diría que te calmes y que mejor seas un canalla que se levanta cada mañana para apoyar el culo en un asiento de oficina? De ninguna manera. Mejor seguí jugando fuerte, sin entregar tus sueños a un trabajo estable ni vender tu libertad en cuotas mensuales llamadas salario.
Así te recuerdo:

Te vi por primera vez cruzando una empedrada calle de San Telmo y supe que vivías en estado de gracia permanente, desfachatado y zarpado te uniste esa noche para un recital y diste cátedra de cómo hay que vivir: al límite. Si Mick Jagger se cruza con vos, se mea en los pantalones. Pero nadie te da bola, como siempre pasa. Para la gente decente sos un paria inadaptado, un marginal incapaz de cumplir ordenes y hacerle el juego a la pedorra corrección y moderación que reinan en casi todos los ámbitos.

¡Qué poco nos vimos! Pero bastó para hablar de Panero, Buñuel, Thoreu y tantos etcéteras que aprendí con vos. Pero no sólo eso. Sos un faro de poesía frente a la bulimia generalizada. Mientras la ciudad se pudría, vos eras capaz de tocar el timbre para ir a un cine perdido, nunca pusiste una excusa para tocar un tema tuyo en la guitarra y tu escaso dinero tampoco era un freno para festejar: sabías siempre de algún evento cultural donde podíamos “caer a empanzarnos de empanadas y vino”.

A pesar de tu imagen de forajido nocturno inabarcable, también tuviste tiempo para mostrar tu costado fraterno y tierno, cómo cuando te dije que estaba bajón y cruzaste toda la ciudad con un teclado a cuestas para cantar “solo se trata de vivir” de Litto Nebbia. Te quedaste a dormir en casa para bancarme y no preguntaste demasiado, respetando el silencio que se deben dos varones. Qué gesto que conservo debajo de la alfombra de mi corazón.

A fin de cuentas, prefiero saber que estas hecho mierda pero convencido que vos lo elegiste así; que esa siga siendo tu manera de luchar y mostrarles a todos la mierda en la que nos desenvolvemos. Porque lo tuyo es lucidez pura y no te esta matando la cocaína o el paco, sino esta sociedad drogada de televisión y fútbol que nunca te va a entender. No me quedan dudas que ahí en el fondo del mar también te vas a encontrar con letras, música y algún proyecto literario.

Te extraño como si nos hubiéramos estado viendo. Te abrazo fuerte.

Santiago Jorge

jueves, 4 de junio de 2015

Basura de la alta suciedad


No me gustan los clamores populares. Desconfío del consenso mayoritario porque en definitiva viene a ser siempre más de lo mismo: atender y mantener el discurso dominante que trasluce un desprecio por las minorías y los diferentes. Nunca vi la plaza llena pidiendo por los linyeras o los presos hacinados en prisiones que no cumplen ni por asomo con el respeto por los derechos humanos. A nadie le importa.

El año pasado hubo rumor de un proyecto legislativo que preveía una ayuda económica para travestis y transexuales mayores de cuarenta años que hubieran sufrido episodios policiales. La sociedad en pleno lo rechazó y hasta banalizó el tema a niveles absurdos, recuerdo no poder opinar seriamente porque todo se tomaba para el chiste. De concretarse el proyecto, hubiera sido una de las leyes más progresistas de los últimos años. Pero no pudo si quiera empezar a discutirse que la asquerosa doble moral atacó con todo. Sin ningún tipo de conocimientos se rechazó con unanimidad aquellas buenas intenciones (valga también la crítica a la clase política, que ante la impopularidad metió marcha atrás, no les interesa un carajo el progreso, sólo los votos).

Hay que empezar por defender a los indefensos. Los travestis y transexuales tienen un promedio de vida de 38 años, achacados por enfermedades sexuales, ingesta de hormonas y operaciones dudosas; difícilmente son empleados en el sector público y muchísimo menos en el privado, ¿conocen a alguien que les daría trabajo? No solo eso, son discriminados ante cualquier acto de la vida civil: ir al súper o al kiosco ya representa tener que aguantar una mirada obscena, un chiste estúpido o símil. ¿Fueron a alguna reunión o evento y vieron un amigo travesti?  Este grupo marginal no tiene más opción de trascendencia que deambular de noche mientras la moralina duerme y ejercer la prostitución (que ni siquiera es tal sino que ellos mismos reconocen ser parte de un ridículo fetichismo).

Preocúpese por ellos, luchen por su igualdad e inclusión.