Nunca es tarde cuando la lucha es buena decía Litto Nebbia.
Hoy aprendí la gran lección del año, lo que se conoce como la otra universidad: nunca jamás voy a volver a emitir juicio ni reírme de esos pobres tipos
descorazonados que salen desesperados a hacer lo que sea necesario, inclusive
perder su dignidad, con tal de salvar a su amor, de hacerle caso a su lastimado
corazón. Qué héroes que no le temen al ridículo, que se pasan por zonas poco higiénicas
a la corrección política y a las moralinas que siempre están queriéndonos hacer
y decir lo que ellas quieren.
Los mercenarios de la especulación enseñan que hay que
tomarse la sopa fría en esos momentos, que esa es la única forma de ganar la
batalla (si es que existiese una batalla). Tienen razón. La desesperación y los
impulsos son un laberinto que combinan el desgaste y la desolación para acabar
en la destrucción. Pero que me importa. Esos infames se juegan la piel en cada
movimiento, nunca ganan pero nunca se traicionan.
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