2012


miércoles, 29 de julio de 2015

Malos tiempos para la Cultura


Cada vez que viajo a Córdoba, la segunda acción que ejecuto después de besar la frente de mis abuelos, es irme a “factoría cultural” en calle Rodríguez del Busto. Cálido rincón cordobés donde supo existir venta indiscriminada de discos, libros y películas. Nótese que la conjugación en pasado no es azarosa: al llegar a local me dí con vidrieras desprovistas de novedades y para adentro nada más que cartones, bolsas y la metáfora vacía de que por allí había pasado el progreso o la postmodernidad, da igual.
Otra disquería que cierra para probablemente ceder el local comercial a una Iglesia Universal o, en el peor de los casos, uno de esos cafés importados donde la gente únicamente mira su “laptop” y no habla: un Starbuck.

Una amiga me dice que me “aggiorne” y no la juegue de sofisticado. Pero no puedo dejar de pensar en los primeros discos que me regalaron, cuando quebré los ahorros para comprarme los míos propios, la noviecita con la que pasábamos horas en busca de la joya perdida y por supuesto, los discos que todavía hoy sigo con la ilusión de encontrar.

Que se entienda: no es sólo el material chato y redondo que reproduce partículas en movimiento cuya conjunción y vibración (fenómeno también conocido como música) nos hace emocionar. Es el culto que se generó entre quienes vimos crecer nuestra vida al compás de la discografía de la época, quienes convocamos amigos y ofrecimos rigor de tertulia a las novedades ocasionalmente adquiridas en el extranjero o provincias foráneas. Existió ese tiempo, fuimos hermosos y libres de verdad, sentándonos con atención y sensibilidad a la entrega de canciones cuya concatenación forman una obra artística que por lo general se plasmaba en un disco. Todavía me acuerdo cada reunión de entrega al disfrute musical.

Las nuevas tendencias aleatorias de la web atentan contra semejante concepto, ya no se escuchan obras, sino canciones sueltas, es cómo si alguien leyera frases de Borges pero no sus libros y se vanagloriara de saberes literarios. Y no sólo eso,  también condenan a la música a ser parte de la ambientación, como el mantel y las velas son un accesorio, algo que suena de fondo.

Nada nuevo en un mundo que vive equivocándose.