Cada vez que viajo a Córdoba, la
segunda acción que ejecuto después de besar la frente de mis abuelos, es irme a
“factoría cultural” en calle Rodríguez del Busto. Cálido rincón cordobés donde
supo existir venta indiscriminada de discos, libros y películas. Nótese que la
conjugación en pasado no es azarosa: al llegar a local me dí con vidrieras
desprovistas de novedades y para adentro nada más que cartones, bolsas y la
metáfora vacía de que por allí había pasado el progreso o la postmodernidad, da
igual.
Otra disquería que cierra para
probablemente ceder el local comercial a una Iglesia Universal o, en el peor de
los casos, uno de esos cafés importados donde la gente únicamente mira su
“laptop” y no habla: un Starbuck.
Una amiga me dice que me “aggiorne”
y no la juegue de sofisticado. Pero no puedo dejar de pensar en los primeros
discos que me regalaron, cuando quebré los ahorros para comprarme los míos
propios, la noviecita con la que pasábamos horas en busca de la joya perdida y por
supuesto, los discos que todavía hoy sigo con la ilusión de encontrar.
Que se entienda: no es sólo el
material chato y redondo que reproduce partículas en movimiento cuya conjunción
y vibración (fenómeno también conocido como música) nos hace emocionar. Es el
culto que se generó entre quienes vimos crecer nuestra vida al compás de la
discografía de la época, quienes convocamos amigos y ofrecimos rigor de
tertulia a las novedades ocasionalmente adquiridas en el extranjero o
provincias foráneas. Existió ese tiempo, fuimos
hermosos y libres de verdad, sentándonos con atención y sensibilidad a la
entrega de canciones cuya concatenación forman una obra artística que por lo
general se plasmaba en un disco. Todavía me acuerdo cada reunión de entrega al
disfrute musical.
Las nuevas tendencias aleatorias de
la web atentan contra semejante concepto, ya no se escuchan obras, sino
canciones sueltas, es cómo si alguien leyera frases de Borges pero no sus
libros y se vanagloriara de saberes literarios. Y no sólo eso, también condenan a la música a ser parte de la
ambientación, como el mantel y las velas son un accesorio, algo que suena de
fondo.
Nada nuevo en un mundo que vive equivocándose.
La semana pasada, lluviosa y fría, descubrí "Perdedores Populares" en una librería de San Telmo. Me resultaron atractivos los comentarios de la contratapa así que lo hojeé un poco. FInalmente lo compré. Todavía no comencé a leerlo. Ojalá me guste! Un abrazo! Marcelo Castillo
ResponderEliminarHola marcelo! Que lindó gesto entrar a una librería y comprar un libro de un absoluto desconocido! Esperemos que te gusté entonces!
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