La puta que vale la pena dormir.
Anoche soñé con Gringui Herrera.
Caminábamos por una calle que parecía Tilcara, éramos los únicos vestidos de
rigurosa ropa negra entre los multicolores andinos, parecíamos dos punkytos desorbitados pero estábamos
como ordenan los manuales: respetando el luto rockero por la muerte de Sid
Vicius. La gente nos miraba con sorpresa por nuestra traza, pero era inmune al ojo ajeno, estaba más
brillante que el cielo de la Quebrada con mi héroe de la guitarra.
Lo miraba y no lo creía cierto, ser
compinche de Augusto Mágico.
Con calidez Gringui me contaba sobre
Miguel Abuelo, sobre el mito de la bicicleta y el Ópera del 84´, con evasivas
me contó sobre las sesiones brutalmente honestas y de golpe aparecimos en su
casa, ¡vivía con sus padres! Compramos coca cola y subimos a la casa de los
Herrera. En el ascensor me dijo algo así como que no se arrepentía de haberle
entregado su vida al rock, pero que el uso sostenido de sustancias y los
volúmenes ensordecedores habían causado estragos que le daban una vejez
anticipada. Lógicamente, hice el intento de ponernos a tocar pero se excusó
enseñándome que no había instrumentos a la vista.
Apareció su padre, de casi noventa,
viejo militante del partido comunista y nos pegó una puteada por tomar la bebida
yanki. Dijo algo así como: “para que se habrán fumado tantos porros si terminan
como dos boludos tomando coca-cola”.
Luego de las risas, Gringui se fue a
ayudar a su madre y yo le contaba a su viejo cuanta admiración tenía por su
hijo, me pidió que le enumere en orden cronológico los discos donde había
estudiado la liturgia de sus guitarras. Hice memoria y arranque…
De vuelta estábamos caminando por
calles de ningún lugar, el paisaje nuevamente era parecido al norte jujeño. Esta
vez Gringui usaba unas sandalias que le daban aspecto de estar acabado
musicalmente. En el paseo alguno dijo cosas como:
“…la corrección política, némesis de
la cultura es tendencia, como parece ser tendencia vivir para mirar fijamente
los teléfonos celulares…”… “esta todo perdido, la computadora es la nueva
ciudad virtual pero sin esquinas, ni plazas en donde curtirse el cuero y
aprender con la experiencia a comportarse como varón”.
Tristemente me dijo que no quería
saber nada más con la música y me dio a entender algo que me dolió: “cartas sin
marcar” se la habían robado y eso catapultó su carrera. Me dieron ganas de
llorar, pero banqué estoicamente a mi amigo Herrera, sentía que mi espalda
podía aguantar el mundo entero.
Después era domingo, comíamos asado
en Huaico, los Herrera en pleno compartían con mi familia. Empecé a darme
cuenta que estaba soñando mientras vivía ese momento en el sueño mismo, no encontré diferencias
entre los sentires diarios de lo real con lo imaginado en mi cabeza esta hermosa noche…
Lastimosamente me desperté.
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