No me gustan los clamores populares.
Desconfío del consenso mayoritario porque en definitiva viene a ser siempre más
de lo mismo: atender y mantener el discurso dominante que trasluce un desprecio
por las minorías y los diferentes. Nunca vi la plaza llena pidiendo por los linyeras
o los presos hacinados en prisiones que no cumplen ni por asomo con el respeto
por los derechos humanos. A nadie le importa.
El año pasado hubo rumor de un proyecto
legislativo que preveía una ayuda económica para travestis y transexuales
mayores de cuarenta años que hubieran sufrido episodios policiales. La sociedad
en pleno lo rechazó y hasta banalizó el tema a niveles absurdos, recuerdo no
poder opinar seriamente porque todo se tomaba para el chiste. De concretarse el
proyecto, hubiera sido una de las leyes más progresistas de los últimos años. Pero
no pudo si quiera empezar a discutirse que la asquerosa doble moral atacó con
todo. Sin ningún tipo de conocimientos se rechazó con unanimidad aquellas
buenas intenciones (valga también la crítica a la clase política, que ante la
impopularidad metió marcha atrás, no les interesa un carajo el progreso, sólo
los votos).
Hay que empezar por defender a los indefensos. Los travestis y transexuales tienen un
promedio de vida de 38 años, achacados por enfermedades sexuales, ingesta de
hormonas y operaciones dudosas; difícilmente son empleados en el sector público
y muchísimo menos en el privado, ¿conocen a alguien que les daría trabajo? No
solo eso, son discriminados ante cualquier acto de la vida civil: ir al súper o
al kiosco ya representa tener que aguantar una mirada obscena, un chiste estúpido
o símil. ¿Fueron a alguna reunión o evento y vieron un amigo travesti? Este grupo marginal no tiene más opción de
trascendencia que deambular de noche mientras la moralina duerme y ejercer la
prostitución (que ni siquiera es tal sino que ellos mismos reconocen ser parte
de un ridículo fetichismo).
Preocúpese por ellos, luchen por su igualdad e inclusión.
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